ON-LINE 0034
AÑO 3
Frase: Mi pragmatismo consiste en saber que si golpeas tu cabeza contra la pared, es tu cabeza la que se romperá y no la pared. Antonio Gramsci
Sección
Crónica
Barba Azul Cartonera
Frase: Mi pragmatismo consiste en saber que si golpeas tu cabeza contra la pared, es tu cabeza la que se romperá y no la pared. Antonio Gramsci
Sección
Crónica
Barba Azul Cartonera
De
norte a sur
Christian Navarrete
Barrio Tres Cruces Montevideo foto por absoluturuguay.com |
Se sentía
mucho frio a pesar de que la noche estaba despejada y vestida de estrellas. Le crujía
la panza, tal vez porque no había comido hace tres días. No tenía nada… el dinero
escaseaba. Argentina estaba a vísperas del día de la madre. La estación de
ómnibus de Retiro, Buenos Aires, acogía a miles de personas que se dirigían a
varios destinos para visitar a sus progenitoras. Sentado y perdiendo el tiempo se
lo veía en el pasillo de la estación, leyendo los letreros de cada ómnibus, así
engañaba al hambre. Esperó que los altos parlantes de la estación pronuncien su
destino. Se gastó el poco dinero que tenía, compró: un libro de Julio Cortázar,
un pancho sin gaseosa y una ida al baño; todo resultó una ganga aunque no lo
parecía en ese momento.
El bus 53
se estacionó (por dato adicional, siempre que quieras dejar tu maleta en el
baúl de cualquier bus, debes pagar una cuota mínima), se levantó, acto seguido
se desperezó mirándole a los ojos a la luna y se la comió de un bostezo. Tomó la
mochila, no podía caminar, pesaba tanto, quería que alguien se la robe, como
diría Borges: “Si fuese más joven, no cometería otra vez el error de viajar con
equipaje”. No tenía un centavo para colaborar al acomodador. Bueno, tenía
dólares en monedas pero no le sirven en ningún lado, todos prefieren billetes,
la ley del capitalismo es la misma en cualquier parte.
Se vendieron
todos los boletos, el ómnibus estaba lleno, parecía el subte en hora pico.
Todos con frio y en fila, en una mano la maleta y en la otra una moneda de
agradecimiento para el acomodador, en un acto caritativo obligatorio. Permaneció
nervioso y al último de la fila, el tiempo no perdona, le tocó su turno… tiene
la esperanza que el acomodador se cansé de recibir incentivos. En un descuido,
al maestro de acomodar maletas, se le cayó una moneda, no tuvo la oportunidad
de brillar por culpa de la planta de su zapato, esperó una oportunidad y que
nadie lo mirase, con disimulo se arrodilló para amarrarse los cordones, sus zapatos
no los tenían, tomó la moneda y se la dio, ahora su maleta viajará tranquila.
No era
tiempo de carnaval, pero Gualeyguaychú lo recibió con las nubes llorando y con
un afectuoso frio. No se puede pasar a la “Vecina Orilla” sin pasar por la
frontera. Es obligatorio hacer turismo en ese lugar… donde revisan que tu cara
sea la misma que la de tu pasaporte y que jures por dios, no sé por qué lo
molestan siempre a él para estos asuntos, que no vas hacer ningún quilombo en
tu tiempo de estadía.
La
pasajera número 23, conversó con él debajo de la lluvia de Gualeyguaychú y
Colonia, gritó en un sollozo, “son las 22H30, ¡ya es hora de comer!”. Nadie en
frontera fue sospechoso de llevar algo o a alguien ilegal. Así, pasamos la
“Vecina Orilla”. Las luces del bus permanecieron encendidas, un tipo asomó de
pronto, tenía la cara de ferrocarrilero de la segunda guerra mundial, tuvo que
agacharse para pasar por el pasillo. Era el encargado de pasar la cena a cada
uno de los pasajeros. La alegría que sentía no la hizo notar, tomó la cena y la
guardó, pensó: “Esto me será más útil mañana para el desayuno”. Sin embargo la
pasajera 23 lo indicó, bueno era inevitable mirarla, indirectamente en qué
consistía la cena. Eran las 6H30, no puede dormir, tal vez el hambre o la
alegría de estar tan lejos de casa, a esas horas el paisaje era hermoso, las
montañas recién levantadas, maquilladas de frio recibían a un sol
anaranjado…parecía que hace una hora explotó. Por la ventana pasaban los
gauchos a caballo y a pie con el ganado,
paseaban por el inmenso pasto, todos con el mate en la mano, una postal con
vida propia, esta vez importa lo que se mira.
─La
vida es dura en Uruguay─ decía
Carmen, la pasajera 23
─Acá, la gente es más tranquila que en Argentina. En verano hay
trabajo….cuando llega el invierno es el tiempo de llenar las heladera para no
morir de hambre.
─ ¿Alguien te viene a ver? ─ decía Carmen
─No, tengo que llamar a una amiga cuando llegue a la estación─ respondió.
Carmen se quedo en Mercedes (pueblo que estaba situado a cuatro horas de
Montevideo), lo último que dijo fue: “Cuidáte”.
Era sábado, aunque el sol salió muy temprano… hacia frio. Al fin llegó,
la estación “Tres Cruces” dio la bienvenida. No supo qué hacer, caminó a lo
largo de la estación hasta que el día se iba haciendo celeste. Cruzó la vista
por la estación y aparecieron las mismas marcas de transnacionales que ha en su
país, el mundo les queda corto. Ya sin fuerzas y con algunos pesos que
consiguió sin mucha honestidad, fue al teléfono público, su amiga, ella tenía
que salvarle del hambre y el frio. El tono de ocupado, por así decirlo, retumbó
en su cabeza como una mala canción. Pasaron quince minutos, a la estación llegaban
más personas. Tomó por enésima vez su mochila, si, aquella que pesaba tanto, la
colocó en su espalda como una penitencia, y fue al otro lado de la estación, a
la salida se encontró con una puerta gigante de cristal…de esas que se abren
cuando sienten la presencia de las almas perdidas. Frente a él, una montaña
adornada de gradas, una a una las subió, con las instrucciones de Julio
Cortázar, en la cima apareció una bandera gigante que cubría el horizonte con su
celeste y blanco y un sol abrazador. Caminó, cruzó la calle, advirtió que San
Martin en su corcel lo llamaba, acudió despacio, preocupado. Llegó, bajó su mochila
y compartió con su nuevo amigo…la cena-desayuno de ayer.
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