1 y 2 técnicos Lecturas Empresariales
¡Bienvenidos/as!
Este curso en este año lectivo apunta a la construcción de estrategias teóricas para el análisis, la reflexión, la crítica de distintos textos y sus contextos, como así también a desarrollar herramientas para la intervención en la producción de la comunicación escrita y oral con las nuevas demandas sociales y culturales.
¡Bienvenidos/as a la clase 1 en este espacio!
En el transcurso del curso les proponemos un recorrido por diferentes lecturas y materiales audiovisuales. Además, realizaremos diversas actividades en en aula por medio del debate que les permitirán acercarse y profundizar sus procesos de enseñanza aprendizaje.
En este espacio lo primero que realizarán es:
1) Ingresar al enlace que comparto a continuación: https://forms.gle/jgBHEBHDm2oF35sUA
2) En el enlace encontrarán un cuestionario que deben hacerlo y que nos permitirá saber cuál es su conocimiento con respecto a las formas del lenguaje y también a la comprensión lectora.
3) El tiempo que tendrán para hacer este cuestionario se los diré en clases.
¡Un gran desafío en el que les invito a formarse!
Estoy seguro que este año lectivo será “transversal” para su formación en este proceso.
Clase 2
¡Bienvenidos/as a la clase!
Estimados/as estudiantes, continuamos con la segunda actividad fuera de clase.
En esta oportunidad trabajaremos con las herramientas que permitirán evaluar los procesos y actividades que venimos aprendiendo.
Las actividades para este proceso son los siguientes:
1) Transcriba las 3 rúbricas en las hojas a cuadros que se pidió en sus materiales para el aula. Cada rúbrica irá en una hoja.
2) Observe y analice las rúbricas que se presentan a continuación con su representante.
3) Cada rúbrica será firmada por su representante y llevarán al aula en la fecha indicada por el docente .
RÚBRICA 1
Clase 3
¡Bienvenidos/as a la clase!
Estimados/as estudiantes, continuamos con la tercera actividad fuera de clase.
En esta oportunidad trabajaremos con la primera lectura de este período y pondrán en práctica lo que hemos venido aprendiendo en el aula.
ACTIVIDADES
1) Lea, detenidamente, el siguiente texto de Aaron Copland. Si no conoce palabras del texto, investíguelas.
2) En una hoja a cuadros para carpeta, no cuaderno, realice lo siguiente.
2.1) Escriba las ideas principales del texto leído.
2.2) Conteste las siguientes preguntas de manera reflexiva y crítica (argumentos).
a) Si el texto afirma lo siguiente:
“El objetivo de la política económica no es, pues, el de conseguir trabajo duradero, sino trabajo productivo”
¿Cuál sería la situación del trabajo productivo y la contaminación ambiental?
b) ¿Por qué esto que dice el texto no sucede en nuestro país?
“Si el salario es superior, el trabajador ganará, si es inferior, no aceptará el trabajo ofrecido”
I. COMERCIO 1.
EL EMPRESARIO
MULTINACIONAL
Las corporaciones
multinacionales están siendo atacadas como nunca antes tanto a nivel nacional
como extranjero. Los gobiernos hostiles extranjeros han impuesto todo un
despliegue de restricciones entre las que se incluyen aranceles de importación
y exportación, limitaciones en el cobro de beneficios, controles de conversión,
demandas de participación en gestión, obligación de contratar a extranjeros, y
reinversión obligatoria de ganancias, mientras por detrás acecha la siempre
presente amenaza de nacionalización y expropiación —inadecuadamente
compensadas, por supuesto—.
A nivel nacional...
bueno, basta con fijarse en las enormes protestas públicas cada vez que se reúne
la Organización Mundial de Comercio. Las empresas multinacionales son acusadas
de exportar trabajos y, por tanto, de generar desempleo, de permitir la libre
circulación de acciones y con ello poner trabas a los que tienen más
dificultades para pagar. Se les acusa de explotar a los países
subdesarrollados, de monopolizar, explotar y arruinar la balanza de pagos.
Llega a parecer que se les culpa de todo lo malo bajo el sol, con las posibles
excepciones del mal aliento y el mal olor corporal.
La acusación que tiende
a hacerse, tanto en el ámbito nacional como en el extranjero, es que el tamaño,
riqueza, poder, movilidad, y eficiencia de las empresas multinacionales las sitúa
por encima del control de cualquier nación, lo que supone el desarrollo de un
monstruo de Frankenstein de los negocios que funciona según sus propias leyes.
No resulta sorprendente
que las respuestas a esta forma de pensar sean el miedo, la sospecha, y el
resentimiento. Decenas de gobiernos en el mundo proponen o crean leyes con el
propósito de debilitar a estas empresas.
Pese a este bien
orquestado asalto, no encuentro estimable el caso contra los empresarios
multinacionales. Veo poca justificación al enorme y creciente número de
restricciones puestas en el comercio internacional. Por el contrario, este
movimiento me causa una gran inquietud. Temo que si tiene éxito, estaremos ante
el fin de una institución que es capaz de preservar una división internacional
del trabajo y del comercio internacional de un modo único, amén de la cooperación
económica universal que le acompaña.
No nos equivoquemos con
este asunto, pues lo que depende de las decisiones que tomemos los años
venideros al respecto es nada menos que el futuro de la paz mundial.
Uno de los puntos más
importantes a la hora de determinar el éxito en la búsqueda de la paz será
nuestra habilidad para superar el abismo entre las naciones que “tienen” y las
que “no tienen”. Las grandes disparidades en riqueza siempre han sido una
fuente de envidia, un fenómeno desestabilizador en asuntos internacionales.
Pero las empresas privadas internacionales, al contrario que nuestros programas
gubernamentales multitudinarios de donaciones, han sido una de las pocas
fuerzas que se han enfrentado a las grandes diferencias de riqueza mundial. Las
corporaciones multinacionales aportan nuevas tecnologías, educación,
entrenamiento, y salarios más elevados para las áreas subdesarrolladas del
mundo, y, lo que es más importante, llevan consigo una esperanza realista y una
expectativa de que se pueden alcanzar importantes progresos.
Consideremos pues, con
cierto detalle, varias de las acusaciones más comunes levantadas contra las
corporaciones multinacionales, para mostrar lo poco que se sostienen.
Existe la queja
generalizada de que las compañías estadounidenses son responsables de “exportar”
trabajos, por lo que deberían ser frenadas. Por ejemplo, se considera que la
culpa de la pérdida de empleo es de la inversión en el extranjero, de las
importaciones hechas por fundadores extranjeros de corporaciones
estadounidenses, de la transferencia de tecnología nacional hacia otros países,
y del crecimiento de las corporaciones multinacionales, a las cuales se acusa
además de ser responsables de todo lo anterior.
Existen graves fallos
en este razonamiento. Si bien es cierto que la inversión fuera del país crea
desempleo en dicho país, es igualmente cierto que la inversión en un estado por
parte de una compañía localizada en otro crea desempleo en el estado en que se
fundó. Si una inversión por parte de Ford en Alemania genera desempleo en los
Estados Unidos, del mismo modo una inversión de una compañía de Los Ángeles en
Texas generará desempleo en California. Si una de ellas debiera ser prohibida,
la otra entonces también. No obstante, ninguna de las dos prohibiciones es
aceptable.
El análisis debe ser
llevado mucho más allá. Si es válido para una nación y un estado, también lo es
para una ciudad, un barrio, e incluso una calle. Para llevar este argumento
hasta su conclusión lógica, debemos aceptar que cualquier residente de la calle
Elm que invierte en la calle River reduce el empleo de sus vecinos, por lo que
es justificable que dichos vecinos prohíban que exporte capital a la calle
River dado que el gobierno tiene que poner trabas a las políticas de inversión
extranjera de las corporaciones multinacionales. Si lo llevamos a su conclusión
lógica, ¡la oposición a la inversión en el extranjero impediría a cualquier
individuo invertir en cualquier cosa (nótese el paralelismo entre este caso y
el comercio internacional)!
No es cierto que los
negocios estadounidenses hayan reducido el empleo a nivel nacional. El hecho es
que muy poca de la producción extranjera desempeñada por fundadores de
corporaciones estadounidenses ha podido despegar en su propia nación, pues
hubieran tenido que superar aranceles, y controles de importación y transporte.
Nos guste o no, la elección a la que las compañías estadounidenses tienen que
enfrentarse no es la de crear trabajos con producción nacional o extranjera,
sino que deben decidir entre crear una fábrica en el extranjero o no crear nada
en ninguna parte —y perder ante la competencia extranjera—. Es por ello que
cualquier intento de ahogar a la compañía en pos de traer trabajo a nivel
nacional difícilmente va a triunfar.
Además, es un error
pensar en desempleo únicamente en términos cuantitativos. Las empresas
multinacionales juegan un papel mucho más importante que el de meramente
aumentar el número de empleos a nivel nacional. El objetivo de la política económica
no es solo el de incrementar el empleo
per se. Si lo fuera, se lograría de un día para otro a base simplemente de
volar las carreteras entre Nueva York y Los Ángeles, y contratar trabajadores
para que las reconstruyeran. Eso mantendría a Estados Unidos en una situación
de “pleno empleo” (y plena pobreza) durante los próximos 10 000 años.
Cada nuevo sistema de
mantenimiento del empleo destruye trabajos, pero es de gran beneficio para la
humanidad, ¡pues crea trabajo en ámbitos en los que antes era imposible! En
tiempos de la fundación de Estados Unidos, más del 95% de la mano de obra tenía
que trabajar en el campo para alimentar a la nación, pero hoy en día menos del
5% de la población se dedica a eso. ¿De haber sabido que esto iba a pasar,
deberían los ciudadanos haberse preocupado de la pérdida de trabajos en la agricultura?
¿Deberían de haber tratado de frenar los avances en tecnología que acabaron con
el 90% de los trabajos existentes en la época? Más bien, fue la liberación del
90% de la mano de obra de la agricultura lo que permitió enormes avances en los
dos últimos siglos.
El objetivo de la política
económica no es, pues, el de conseguir trabajo duradero, sino trabajo productivo, y aquí es donde aparecen las
empresas multinacionales. Pese a toda la crítica y manifestación en su contra,
estas compañías son maestras sin igual en la creación de los empleos más
productivos que el mundo ha conocido. Antes de su aparición en escena, el
despliegue laboral hasta sus usos más productivos se había limitado a una única
nación, y ahora se ha extendido hasta el mundo entero.
Si el viaje espacial se
volviera comercialmente viable, no cabe duda de que surgirían corporaciones
interplanetarias, que obtendrían beneficios de llevar los principios de la
ventaja comparativa a todos los rincones del universo. Pese a que los críticos
del futuro se quejarían de que las corporaciones multinacionales exportasen
trabajos a Marte, o algún sinsentido del estilo, lo cierto es que el bienestar
universal se vería maximizado, y no dañado, por un sistema que permitiría a
marcianos y terrícolas dar lo mejor de sí mismos, y comerciar entre ellos, y
que permitiría a una corporación fundada en un planeta tener filiales en otro.
Una acusación que se
alza contra las corporaciones multinacionales, a colación con esto, es la de
que abren fábricas en países extranjeros para aprovecharse de la mano de obra
barata. Este asunto resulta terriblemente mortificante para los sindicatos.
Peor aún, la comunidad empresarial se halla en tal estado de confusión en lo
que concierne a este asunto, que muchos portavoces que deberían ser más
sensatos han afirmado la necesidad de legislación al respecto —esto es, leyes
que impidan la apertura de filiales en áreas de menor calidad de vida—.
Para empezar, es
imposible que las corporaciones multinacionales se aprovechen de la mano de
obra barata. Una corporación solo puede ofrecer un salario superior, inferior o
igual al que existiera antes de su llegada. Si el salario es superior, el
trabajador ganará, si es inferior, no aceptará el trabajo ofrecido, y si es el
mismo, su condición no habrá cambiado, salvo por el hecho de que dispondrá de
una opción adicional que antes no tenía. En ningún caso, pues, la mano de obra
del país subdesarrollado puede ser explotada de un modo que no sea el de
recibir y aceptar ofertas de mejores salarios. Si esto es "explotación",
es precisamente lo que necesita el Tercer Mundo. Lejos de explotar países
subdesarrollados, las empresas multinacionales han hecho más que nadie,
incluyendo a todas las organizaciones caritativas juntas, para sacarlos adelante
en el siglo XXI. De hecho, la principal queja del mundo subdesarrollado es
precisamente que reciben demasiada poca inversión multinacional, no que reciban
demasiada.
La motivación de las
compañías multinacionales a la hora de contratar extranjeros no es solo la de
buscar mano de obra barata, si bien es indudablemente una parte significativa
de la ecuación. Las principales razones de la inversión en el extranjero son
los costes de transporte, la proximidad a las materias primas y los mercados,
la ausencia de cuotas, tarifas, aranceles, e impuestos excesivos, el
abastecimiento de habilidades y tecnologías extranjeras, y cualquier otra
ventaja ofrecida por los gobiernos de los países que las acogen.
Pero aún en el caso de
que la inversión en áreas extranjeras con mano de obra barata se produjera
masivamente, surgirían nuevos empleos que sustituirían a los desaparecidos.
Pese a que resulte difícil de comprender en una era de desempleo elevado y
persistente, es cierto. Las razones de nuestra tasa de desempleo actual son
muchas y muy complejas, pero no incluyen la contratación de mano de obra
barata. ¿Cuál es la prueba? Que si el trabajo extranjero realmente fuera más
barato que el nacional, aún teniendo en cuenta el resto de factores económicos,
los costes caerían si una corporación nacional despidiera a alguno de sus
trabajadores nacionales para contratar a alguno extranjero. Como consecuencia,
los precios para el consumidor se reducirían, la producción se expandiría, y
los beneficios aumentarían. Cualquiera de estas consecuencias —y, por supuesto,
la combinación de las tres— crearía empleo a nivel nacional.
Consideremos un
descenso en el precio final de los bienes. Los consumidores que estuvieran
dispuestos a comprar el producto al precio anterior, ahora tendrían dinero
extra en sus bolsillos, que ahorrarían para crear puestos de trabajo en
construcción, industrias básicas e inversión, dependiendo de cuánto dinero
prestaran los bancos. Parte de ello sería invertido a nivel nacional en bienes
no relacionados, lo que crearía nuevas oportunidades de trabajo en otros
campos. Esto, junto a las adquisiciones extra de la gente que no comprara nada
al precio anterior, más caro, aseguraría la expansión de la producción. Una
mayor producción requiere más trabajadores.
Los beneficios
excedentes serían distribuidos, parcialmente, a los accionistas, lo que
aumentaría su poder adquisitivo. Este gasto generaría nuevos trabajos que
sustituirían aquellos desaparecidos debido a la mano de obra extranjera. Los
beneficios no distribuidos serían retenidos por la corporación para invertirlos
en expansión interna, lo que a su vez crearía oportunidades de empleo para los
trabajadores.
La inversión extranjera
no ayuda de un modo inmediato al empleo nacional, pero, eventualmente, cuando
los extranjeros hagan uso de sus ganancias, parte del dinero volverá a la nación
y creará trabajos exportados.
Pese a que es imposible
identificar cuales serían los nuevos trabajos generados —nuevo mercado de
consumidores, expansión de producción, beneficios, un comercio internacional
aumentado— podemos, con absoluta certeza, concluir que aparecerán, pues el número
de puestos de empleo desaparecidos que necesitan ser llenados no es fijo ni
finito. Un trabajo es la manifestación de un deseo insatisfecho por parte de un
consumidor. Mientras haya gente que quiera más de lo que tiene, habrá
oportunidades de trabajo. ¡Esta es la única explicación posible para el hecho
de que más del 95% de los empleos de la actualidad no existieran hace 200 años!
Es por ello que no hay razón para temer que vayamos a perder nuestros empleos
frente a la mano de obra barata. Nosotros, junto a ellos, únicamente podemos
salir ganando de la cooperación, de una división internacional del trabajo, y
del comercio.
Además, si se prohíbe a
las multinacionales crear filiales de mano de obra barata en el mundo
subdesarrollado, los totalitaristas lo tendrán más fácil para progresar y
extender su esfera de influencia, asumiendo que Estados Unidos no fuera el
principal poder imperialista del mundo actual, cosa que sería contraria a la
realidad. Estamos encerrados en una lucha ideológica competitiva con las
fuerzas del totalitarismo mundial —una batalla que el mundo libre parece estar
perdiendo entre los países neutrales—. No tiene mucho sentido que nos
deshagamos de una de nuestras armas más efectivas en la lucha contra el
totalitarismo: la habilidad para demostrar a esas naciones los beneficios del
libre sistema empresarial —a base de implicarles en él— (de acuerdo, de
acuerdo, de lo que queda de la poca libertad económica que una vez existió; en
el momento de escribir estas líneas, hemos sufrido cuatro años del
socialfascista Bush, y casi dos años del social-fascista Obama).
Así pues, aquí subyace
una cuestión de hipocresía. ¿Alguien propondría una política nacional de no
contratar a los pobres? Poco probablemente. La política pública en los Estados
Unidos es, al menos ostensiblemente, devota a la ayuda a los pobres, con la
inversión de millones de dólares en formación laboral, educación especializada,
y otros programas relacionados. Del mismo modo ningún hombre de bien pondría
objeciones a la apertura de una nueva fábrica en cualquiera de las áreas vírgenes
de nuestro propio país, de los Apalaches o del sur de ciudades como Newark o
Detroit, pero la oposición al empleo de mano de obra barata extranjera es
seguramente el equivalente moral a estas políticas.
Hablemos sobre excesos
empresariales. Sí, existen empresarios deshonestos, y es el deber de todos
nosotros tratar de mantener constantemente nuestras casas en orden, pero unas
pocas quejas legítimas se han permitido el lujo de calumniar la simple idea de
la empresa multinacional, y esto está mal. También hay una cierta confusión,
tanto dentro como fuera de la comunidad económica, sobre lo que constituye una
mala praxis empresarial.
Por ejemplo, el intento
de prohibir a las empresas multinacionales aprovecharse de los “paraísos
fiscales” es un tanto cuestionable. Se quejan de que los empresarios analizan
las estructuras de impuestos de varios países antes de abrir una nueva fábrica,
y, lógicamente, eligen la que menos impuestos cobre. Pero los impuestos son uno
de los muchos factores que todo empresario racional debe tener en cuenta. Como
mínimo, los países del mundo se beneficiarán de los sanos vientos de la
competencia en materia de políticas de impuestos. ¡Dejemos que el mercado
mundial tome las riendas de algunas de las más excéntricas políticas de
impuestos!
Clase 4 PROYECTO FINAL PARCIAL 1
¡Bienvenidos/as a la clase!
Estimados/as estudiantes, continuamos con la cuarta actividad fuera de clase.
En esta oportunidad trabajaremos con una nueva lectura de este período y pondrán en práctica lo que hemos venido aprendiendo en el aula.
ACTIVIDADES
1) Lea, detenidamente, el siguiente texto de CLACSO. Si no conoce palabras del texto, investíguelas para mejor entendimiento del texto.
2) En una hoja a cuadros para carpeta, no cuaderno, realice lo siguiente.
2.1) Escriba las ideas principales del texto leído.
2.2) Conteste la siguiente pregunta de manera reflexiva y crítica (argumentos).
a) ¿De qué manera, los/las pequeñas productoras del campo pueden contrarrestar el predominio de los monopolios agrícolas capitalistas? Argumentar su respuesta.
NOTA: Para contestar esto, necesita apoyarse con lo que entendió del texto leído y las ideas que se encuentran en el mismo texto para que puede argumentar su respuesta.
Las relaciones de producción capitalistas y la transformación de la pequeña producción
La producción capitalista se caracteriza por el uso de medios técnicos desarrollados, economías de escala y división del trabajo, además de subordinar cada aspecto del proceso productivo a la obtención de ganancia. En el agro, una de las expresiones de esto es que los adelantos técnicos son a la vez “avances” en la destrucción del suelo “y del trabajador” (Marx, 2004b).
Expresado también en que en áreas de “frontera”, la existencia de tierra “nueva” y en relativa abundancia conlleva un desgaste acelerado del suelo, rasgo que es denominado como una explotación del suelo “a ultranza” (Kautsky, 1986). Un aspecto de los adelantos técnicos con el desarrollo industrial es la “unión de manos entre la industria y la agricultura” (Marx, 2006a), lo cual supone la conversión de productos agrícolas, como la soya, en productos para la industria y viceversa, la conversión de productos industriales que son incorporados en la agricultura capitalista, tales como los herbicidas. El desarrollo capitalista y el surgimiento del capital monopólico le da a esta unión un carácter internacional y articulaciones más complejas, mientras que los países de la “frontera” continúan apareciendo como proveedores de materia prima.
Monopolio que se desarrolla al paso de la construcción de infraestructura para el transporte masivo de materias primas desde la Amazonía.
En la agricultura y ramas conexas el capital está obligado a generar, junto a la ganancia, una renta de la tierra como beneficio para el propietario de esta. La renta capitalista de la tierra a la vez supone la aparición de la tierra “mercancía”, que expresa la vigencia plena de relaciones capitalistas (en cuanto a la propiedad), al separar “por completo el suelo, en cuanto condición de trabajo, de la propiedad de la tierra y del terrateniente, para quien la tierra ya no representa otra cosa que determinado impuesto en dinero que recauda, mediante su monopolio” (Marx, 2006a: 795). En la frontera amazónica, la renta condiciona el mismo avance sobre suelos de bosques desde dos variables, que son la existencia de tierra relativamente fértil y la ubicación de esta al determinar en los costos de transporte.
En otros tiempos la colonización de tierras nuevas con “limpiezas” suponía no solo los desbosques masivos, sino también la expulsión de los habitantes de estas. En la actualidad las relaciones de propiedad anteceden la ocupación de la tierra, de tal suerte que los habitantes originarios están distribuidos en tierras adquiridas o “dotadas” por el Estado. Por eso los desplazamientos han sido reemplazados por conflictos entre titulares o demandantes de derechos de suelos. Mientras que lo que fuera el “nomadismo” capitalista de otros tiempos, que se desvinculaba de la tierra una vez esta quedaba agotada, ahora da paso a opciones de cambio de uso de suelo –siempre que no haya dado una desertificación general.
El desarrollo de la renta y la tierra “mercancía” hace de la apropiación de suelos una fuente de mayores presiones sobre los bosques, debido a las facilidades que representa para la acumulación de capital y la obtención de rentas, como por su capacidad de convertirse, a partir de ello, en una forma de ahorro, de refugio de valor, etc. La propiedad privada corresponde no solo a la forma que corresponde al modo capitalista de producción, sino también a que otros grupos subalternos, procedentes del campesinado y de comunidades de adscripción indígena, van a reproducirla o emularla (caso indígenas de TCO) para reforzar su condición pequeño propietaria en la obtención de rentas o como posesión de una condición de producción (Marx, 2006a: 792).
En lo que refiere a la pequeña producción, la existencia de campesinos de parcela y comunidades de adscripción indígena con derechos colectivos requiere distinguir cada uno según su forma de propiedad y las relaciones de producción que le son propias. La propiedad parcelaria del campesino es vista por Marx como una fase transitoria al capitalismo, dada como tal por la preexistencia de la propiedad privada en esta forma. Si bien la propiedad parcelaria aún tiene que transitar desde la producción tradicional y autosuficiente hacia la forma capitalista, esta conversión vista en detalle desde una fase intermedia de mercantilización significa la disolución de la industria doméstica-familiar, la especialización productiva y la sujeción paulatina al mercado desde la producción y el consumo (Marx, 2006a).
A pesar del rol transitorio del campesinado parcelario, que distingue a Marx de la lectura populista que ve en el campesinado una vía “alterna” al capitalismo, este también señala una serie de determinaciones sobre la continuidad de esta forma en el medio capitalista. Estas se refieren a las presiones y cargas que soporta, su tendencia al empobrecimiento y la continua fragmentación de la tierra que le representa. La pequeña parcela como forma de propiedad privada hace que Marx la señale como un obstáculo para el progreso de la agricultura, aspecto que comparte con la gran propiedad, y que se expresa en la dilapidación de la fuerza humana del campesino y su familia. Asimismo, señala otra consecuencia en la incapacidad de capturar una renta o generar una ganancias, siendo su rasgo característico el mantenerse en un nivel de subsistencia subordinada al mercado.
La aparición de diferencias en la situación económica de los campesinos está abordada por Marx en su análisis de la renta precapitalista (Marx, 2006a: 1012). La noción de diferenciación social es luego desarrollada por Lenin para el análisis del campesinado ruso posterior a la reforma agraria, que luego será usada para las sociedades rurales “no occidentales” y la relación que sostienen con sus respectivos mercados nacionales (Byres, 1986). Esto a partir de identificar diferencias económicas basadas en el acceso a factores productivos y la disposición de medios de trabajo, que son la base para el desarrollo de diferencias sociales, de manera característica dadas con la aparición de la fuerza de trabajo como mercancía.
Por su parte, las formas de propiedad colectiva precapitalistas en general son vistas por Marx desde la perspectiva de su decadencia con la expansión capitalista. No obstante, su desaparición refiere a “múltiples vías y posibilidades de transición” a las sociedades modernas. Para su estudio sugiere identificar las formas de propiedad que les eran comunes (Marx, 2006a; Marx y Engels, 1980).
Entre las formas precapitalistas tiene particular importancia la comuna agrícola, que constituye una última fase de la formación primitiva (arcaica) de la sociedad y es “al mismo tiempo fase de transición de la sociedad basada en la propiedad común a la sociedad basada en la propiedad privada” (Marx y Engels, 1980: 55). Lo sustantivo de esta forma es la combinación de la propiedad colectiva de la tierra con el usufructo y posesión individual, “dualidad” que Marx encuentra como fuente de situaciones “estacionarias”, pero que a la vez se convierte en un germen de descomposición en la época moderna. Esto porque el usufructo individual entra en contradicción con la propiedad colectiva, más allá de que la comuna también recibe la presión de un entorno extraño u hostil, que es similar a la que recibe la propiedad parcelaria, principalmente por vía del mercado.
La comuna agrícola se asemeja en sus aspectos principales a las comunidades indígenas de tierras bajas, sobre todo las de Tierras Comunitarias de Origen, que acceden formalmente a tierras colectivas pero que internamente realizan una parcelación y usufructo individual. Es decir, han dejado atrás las formas más antiguas de propiedad colectiva, que ejercían antes de la colonia, para asentarse como comunas basadas en la agricultura, a pesar de que en muchos casos ni siquiera mantienen una forma de propiedad colectiva, sino que directamente se asientan en una propiedad predial individual. En tanto que se hayan por doquier los rasgos de disolución dados por el avance de la posesión individual sobre la propiedad colectiva, para lo cual utilizamos el análisis de diferenciación social que también aplicamos a la propiedad parcelaria.
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