1 y 2 bgu y técnico Lecturas 2022-2023

 

¡Bienvenidos/as!

Este curso en este año lectivo apunta a la construcción de estrategias teóricas para el análisis, la reflexión, la crítica de distintos textos y sus contextos, como así también a desarrollar herramientas para la intervención en la producción de la comunicación escrita y oral con las nuevas demandas sociales y culturales. 


¡Bienvenidos/as a la clase 1 en este espacio!


Iniciamos el año lectivo. Es un gusto compartir esta instancia de formación con ustedes.

En el transcurso del curso les proponemos un recorrido por diferentes lecturas y materiales audiovisuales. Además, realizaremos diversas actividades en en aula por medio del debate que les permitirán acercarse y profundizar sus procesos de enseñanza aprendizaje.

En este espacio lo primero que realizarán es:

1) Ingresar al enlace que comparto a continuación: https://forms.gle/jgBHEBHDm2oF35sUA

2) En el enlace encontrarán un cuestionario que deben hacerlo y que nos permitirá saber cuál es su conocimiento con respecto a las formas del lenguaje y también a la comprensión lectora.

3) El tiempo que tendrán para hacer este cuestionario se los diré en clases. 


¡Un gran desafío en el que les invito a formarse!

Estoy seguro que este año lectivo será “transversal” para su formación en este proceso.


Clase 2

¡Bienvenidos/as a la clase!

Estimados/as estudiantes, continuamos con la segunda actividad fuera de clase.

En esta oportunidad trabajaremos con las herramientas que permitirán evaluar los procesos y actividades que venimos aprendiendo. 

Las actividades para este proceso son los siguientes: 

1) Transcriba las 3 rúbricas en las hojas a cuadros que se pidió en sus materiales para el aula. Cada rúbrica irá en una hoja.

2) Observe y analice las rúbricas que se presentan a continuación con su representante.

3) Cada rúbrica será firmada por su representante y llevarán al aula en la fecha indicada por el docente .


RÚBRICA 1


RÚBRICA 2


RÚBRICA 3


Clase 3

¡Bienvenidos/as a la clase!

Estimados/as estudiantes, continuamos con la tercera actividad fuera de clase.

En esta oportunidad trabajaremos con la primera lectura de este período y pondrán en práctica lo que hemos venido aprendiendo en el aula. 


ACTIVIDADES 

1) Lea, detenidamente, el siguiente texto de Vinciane Despret. Si no conoce palabras del texto, investíguelas.

2) En una hoja a cuadros para carpeta, no cuaderno, realice lo siguiente.

     2.1) Escriba las ideas principales del texto  leído.

     2.2) Conteste las siguientes preguntas de manera reflexiva y crítica (argumentos).

a) Póngase en situación y piense reflexivamente, en lo siguiente:

a.1) De acuerdo al texto, en el colegio, quiénes serían los más aptos y quiénes los inútiles. Describa a cada uno y argumente su respuesta.

a.2) Si estuviera en sus manos premiar a los más aptos cuáles serían esos premios.

a.3) Si estuviera en sus manos castigar a los inútiles, cuáles serían esos castigos.


b) De acuerdo con el texto leído, reflexione la siguiente cita. Argumente su respuesta.

"Muchos jóvenes se sienten estafados: ven la obligación de tener que migrar porque aquí no se les necesita, porque su país no tiene ventanilla a la que dirigirse"




Educando con el ejemplo 

La escuela del mundo al revés es la más democrática de las instituciones educativas. No exige examen de admisión, no cobra matrícula y gratuitamente dicta sus cursos, a todos y en todas partes, así en la tierra como en el cielo: por algo es hija del sistema que ha conquistado, por primera vez en toda la historia de la humanidad, el poder universal. En la escuela del mundo al revés, el plomo aprende a flotar y el corcho, a hundirse. Las víboras aprenden a volar y las nubes aprenden a arrastrarse por los caminos.

Los modelos del éxito 

El mundo al revés premia al revés: desprecia la honestidad, castiga el trabajo, recompensa la falta de escrúpulos y alimenta el canibalismo. Sus maestros calumnian la naturaleza: la injusticia, dicen, es la ley natural. Milton Friedman, uno de los miembros más prestigiosos del cuerpo docente, habla de «la tasa natural de desempleo». Por ley natural, comprueban Richard Herrstein y Charles Murray, los negros están en los más bajos peldaños de la escala social. Para explicar el éxito de sus negocios, John D. Rockefeller solía decir que la naturaleza recompensa a los más aptos y castiga a los inútiles; y más de un siglo después, muchos dueños del mundo siguen creyendo que Charles Darwin escribió sus libros para anunciarles la gloria.

¿Supervivencia de los más aptos? La aptitud más útil para abrirse paso y sobrevivir, el killing instinct, el instinto asesino, es virtud humana cuando sirve para que las empresas grandes hagan la digestión de las empresas chicas y para que los países fuertes devoren a los países débiles, pero es prueba de bestialidad cuando cualquier pobre tipo sin trabajo sale a buscar comida con un cuchillo en la mano. Los enfermos de la patología antisocial, locura y peligro que cada pobre contiene, se inspiran en los modelos de buena salud del éxito social. Los delincuentes de morondanga aprenden lo que saben elevando la mirada, desde abajo, hacia las cumbres; estudian el ejemplo de los triunfadores y, mal que bien, hacen lo que pueden para imitarles los méritos. Pero los «jodidos siempre estarán jodidos», como solía decir don Emilio Azcárraga, que fue amo y señor de la televisión mexicana. Las posibilidades de que un banquero que vacía un banco pueda disfrutar, en paz, del fruto de sus afanes son directamente proporcionales a las posibilidades de que un ladrón que roba un banco vaya a parar a la cárcel o al cementerio.

Cuando un delincuente mata por alguna deuda impaga, la ejecución se llama ajuste de cuentas; y se llama plan de ajuste la ejecución de un país endeudado, cuando la tecnocracia internacional decide liquidarlo. El malevaje financiero secuestra países y los cocina si no pagan el rescate: si se compara, cualquier hampón resulta más inofensivo que Drácula bajo el sol. La economía mundial es la más eficiente expresión del crimen organizado. Los organismos internacionales que controlan la moneda, el comercio y el crédito practican el terrorismo contra los países pobres, y contra los pobres de todos los países, con una frialdad profesional y una impunidad que humillan al mejor de los tirabombas.

El arte de engañar al prójimo, que los estafadores practican cazando incautos por las calles, llega a lo sublime cuando algunos políticos de éxito ejercitan su talento. En los suburbios del mundo, los jefes de estado venden los saldos y retazos de sus países, a precio de liquidación por fin de temporada, como en los suburbios de las ciudades los delincuentes venden, a precio vil, el botín de sus asaltos.

Los pistoleros que se alquilan para matar realizan, en plan minorista, la misma tarea que cumplen, en gran escala, los generales condecorados por crímenes que se elevan a la categoría de glorias militares. Los asaltantes, al acecho en las esquinas, pegan zarpazos que son la versión artesanal de los golpes de fortuna asestados por los grandes especuladores que desvalijan multitudes por computadora. Los violadores que más ferozmente violan la naturaleza y los derechos humanos, jamás van presos. Ellos tienen las llaves de las cárceles. En el mundo tal cual es, mundo al revés, los países que custodian la paz universal son los que más armas fabrican y los que más armas venden a los demás países; los bancos más prestigiosos son los que más narcodólares lavan y los que más dinero robado guardan; las industrias más exitosas son las que más envenenan el planeta; y la salvación del medio ambiente es el más brillante negocio de las empresas que lo aniquilan. Son dignos de impunidad y felicitación quienes matan la mayor cantidad de gente en el menor tiempo, quienes ganan la mayor cantidad de dinero con el menor trabajo y quienes exterminan la mayor cantidad de naturaleza al menor costo.

Caminar es un peligro y respirar es una hazaña en las grandes ciudades del mundo al revés. Quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen. El mundo al revés nos entrena para ver al prójimo como una amenaza y no como una promesa, nos reduce a la soledad y nos consuela con drogas químicas y con amigos cibernéticos. Estamos condenados a morirnos de hambre, a morirnos de miedo o a morirnos de aburrimiento, si es que alguna bala perdida no nos abrevia la existencia.

¿Será esta libertad, la libertad de elegir entre esas desdichas amenazadas, nuestra única libertad posible? El mundo al revés nos enseña a padecer la realidad en lugar de cambiarla, a olvidar el pasado en lugar de escucharlo y a aceptar el futuro en lugar de imaginarlo: así practica el crimen, y así lo recomienda. En su escuela, escuela del crimen son obligatorias las clases de impotencia, amnesia y resignación. Pero está visto que no hay desgracia sin gracia, ni cara que no tenga su contracara, ni desaliento que no busque su aliento. Ni tampoco hay escuela que no encuentre su contraescuela. 

Los alumnos

Día tras día, se niega a los niños el derecho de ser niños. Los hechos, que se burlan de ese derecho, imparten sus enseñanzas en la vida cotidiana. El mundo trata a los niños ricos como si fueran dinero, para que se acostumbren a actuar como el dinero actúa. El mundo trata a los niños pobres como si fueran basura, para que se conviertan en basura. Y a los del medio, a los niños que no son ricos ni pobres, los tiene atados a la pata del televisor, para que desde muy temprano acepten, como destino, la vida prisionera. Mucha magia y mucha suerte tienen los niños que consiguen ser niños. 

Los de arriba, los de abajo y los del medio 

En el océano del desamparo, se alzan las islas del privilegio. Son lujosos campos de concentración, donde los poderosos sólo se encuentran con los poderosos y jamás pueden olvidar, ni por un ratito, que son poderosos. En algunas de las grandes ciudades latinoamericanas, los secuestros se han hecho costumbre, y los niños ricos crecen encerrados dentro de la burbuja del miedo. Habitan mansiones amuralladas, grandes casas o grupos de casas rodeadas de cercos electrificados y de guardias armados, y están día y noche vigilados por los guardaespaldas y por las cámaras de los circuitos cerrados de seguridad. Los niños ricos viajan, como el dinero, en autos blindados. No conocen, más que de vista, su ciudad. Descubren el subterráneo en París o en Nueva York, pero jamás lo usan en San Pablo o en la capital de México.

Ellos no viven en la ciudad donde viven. Tienen prohibido este vasto infierno que acecha su minúsculo cielo privado. Más allá de las fronteras, se extiende una región del terror donde la gente es mucha, fea, sucia y envidiosa. En plena era de la globalización, los niños ya no pertenecen a ningún lugar, pero los que menos lugar tienen son los que más cosas tienen: ellos crecen sin raíces, despojados de la identidad cultural, y sin más sentido social que la certeza de que la realidad es un peligro. Su patria está en las marcas de prestigio universal, que distinguen sus ropas y todo lo que usan, y su lenguaje es el lenguaje de los códigos electrónicos internacionales. En las ciudades más diversas, y en los más distantes lugares del mundo, los hijos del privilegio se parecen entre sí, en sus costumbres y en sus tendencias, como entre sí se parecen los shopping centers y los aeropuertos, que están fuera del tiempo y del espacio. Educados en la realidad virtual, se deseducan en la ignorancia de la realidad real, que sólo existe para ser temida o para ser comprada.

Mundo infantil

Hay que tener mucho cuidado al cruzar la calle, explicaba el educador colombiano Gustave Wilches a un grupo de niños: 

-Aunque haya luz verde, nunca vayan a cruzar sin mirar a un lado, y después al otro.

Y Wilches contó a los niños que una vez un automóvil lo había atropellado y lo había dejado tumbado en medio de la calle. Evocando aquel desastre que casi le costó la vida, Wilches frunció la cara. Pero los niños preguntaron:

-¿De qué marca era el auto? ¿Tenía aire acondicionado? ¿Y techo solar eléctrico? ¿Tenía faros antiniebla? ¿De cuántos cilindros era el motor? 


Vidrieras

Juguetes para ellos: rambos, robocops, ninjas, batmans, monstruos, metralletas, pistolas, tanques, automóviles, motocicletas, camiones, aviones, naves espaciales.

Juguetes para ellas: barbies, heidis, tablas de planchar, cocinas, licuadoras, lavarropas, televisores, bebés, cunas, mamaderas, lápices de  labios, ruleros, coloretes, espejos.


Fast food, fast cars, fast life: desde que nacen, los niños ricos son entrenados para el consumo y para la fugacidad, y transcurren la infancia comprobando que las máquinas son más dignas de confianza que las personas. Cuando llegue la hora del ritual de iniciación, les será ofrendada su primera coraza todo terreno, con tracción a cuatro ruedas. Durante los años de la espera, ellos se lanzan a toda velocidad a las autopistas cibernéticas y confirman su identidad devorando imágenes y mercancías, haciendo zapping y haciendo shopping. Los ciberniños navegan por el ciberespacio con la misma soltura con que los niños abandonados deambulan por las calles de las ciudades.

Mucho antes de que los niños ricos dejen de ser niños y descubran las drogas que aturden la soledad y enmascaran el miedo, ya los niños pobres están aspirando gasolina o pegamento. Mientras los niños ricos juegan a la guerra con balas de rayos láser, ya las balas de plomo amenazan a los niños de la calle. 

En América latina, los niños y los adolescentes suman casi la mitad de la población total. La mitad de esa mitad vive en la miseria. Sobrevivientes: en América latina mueren cien niños, cada hora, por hambre o enfermedad curable, pero hay cada vez más niños pobres en las calles y en los campos de esta región que fabrica pobres y prohíbe la pobreza. Niños son, en su mayoría, los pobres; y pobres son, en su mayoría, los niños. Y entre todos los rehenes del sistema, ellos son los que peor la pasan. La sociedad los exprime, los vigila, los castiga, a veces los mata: casi nunca los escucha, jamás los comprende.

Esos niños, hijos de gente que trabaja salteado o que no tiene trabajo ni lugar en el mundo, están obligados, desde muy temprano, a vivir al servicio de cualquier actividad ganapán, deslomándose a cambio de la comida, o de poco más, todo a lo largo y a lo ancho del mapa del mundo. Después de aprender a caminar, aprenden cuáles son las recompensas que se otorgan a los pobres que se portan bien: ellos, y ellas, son la mano de obra gratuita de los talleres, las tiendas y las cantinas caseras, o son la mano de obra a precio de ganga de las industrias de exportación que fabrican ropa deportiva para las grandes empresas multinacionales. Trabajan en las faenas agrícolas o en los trajines urbanos, o trabajan en su casa, al servicio de quien allá mande. Son esclavitos o esclavitas de la economía familiar o del sector informal de la economía globalizada, donde ocupan el escalón más bajo de la población activa al servicio del mercado mundial: en los basurales de la ciudad de México, Manila o Lagos, juntan vidrios, latas y papeles, y disputan los restos de comida con los buitres; se sumergen en el mar de Java, buscando perlas; persiguen diamantes en las minas del Congo; son topos en las galerías de las minas del Perú, imprescindibles por su corta estatura y cuando sus pulmones no dan más, van a parar a los cementerios clandestinos; cosechan café en Colombia y en Tanzania, y se envenenan con los pesticidas; se envenenan con los pesticidas en las plantaciones de algodón de Guatemala y en las bananeras de Honduras; en Malasia recogen la leche de los árboles del caucho, en jornadas de trabajo que se extienden de estrella a estrella; tienden vías de ferrocarril en Birmania; al norte de la India se derriten en los hornos de vidrio, y al sur en los hornos de ladrillos; en Bangladesh, desempeñan más de trescientas ocupaciones diferentes, con salarios que oscilan entre la nada y la casi nada por cada día de nunca acabar; corren carreras de camellos para los emires árabes y son jinetes pastores en las estancias del río de la Plata; en Port-au-Prince, Colombo, Jakarta o Recife sirven la mesa del amo, a cambio del derecho de comer lo que de la mesa cae; venden fruta en los mercados de Bogotá y venden chicles en los autobuses de San Pablo; limpian parabrisas en las esquinas de Lima, Quito o San Salvador; lustran zapatos en las calles de Caracas o Guanajuato; cosen ropa en Tailandia y cosen zapatos de fútbol en Vietnam; cosen pelotas de fútbol en Pakistán y pelotas de béisbol en Honduras y Haití; Para pagar las deudas de sus padres, recogen té o tabaco en las plantaciones de Sri Lanka y cosechan jazmines en Egipto, con destino a la perfumería francesa; alquilados por sus padres, tejen alfombras en Irán, Nepal y en la India, desde antes del amanecer hasta pasada la medianoche, y cuando alguien llega a rescatarlos, preguntan: «¿Es usted mi nuevo amo?»; vendidos a cien dólares por sus padres, se ofrecen en Sudán para labores sexuales o todo trabajo. 

Por la fuerza reclutan niños los ejércitos, en algunos lugares de África, Medio Oriente y América Latina. En las guerras, los soldaditos trabajan matando, y sobre todo trabajan muriendo; ellos suman la mitad de las víctimas en las guerras africanas recientes. Con excepción de la guerra, que es cosa de machos según cuenta la tradición y enseña la realidad, en casi todas las demás tareas, los brazos de las niñas resultan tan útiles como los brazos de los niños.  

Pero el mercado laboral reproduce en las niñas la discriminación que normalmente practica contra las mujeres: ellas, las niñas, siempre ganan menos que lo poquísimo que ellos, los niños, ganan, cuando algo ganan.



Clase 4 PROYECTO FINAL PARCIAL 1

¡Bienvenidos/as a la clase!

Estimados/as estudiantes, continuamos con la cuarta actividad fuera de clase.

En esta oportunidad trabajaremos con una nueva lectura de este período y pondrán en práctica lo que hemos venido aprendiendo en el aula como PROYECTO FINAL. 


ACTIVIDADES 

1) Lea, detenidamente, el siguiente texto de Ramón Nogueras. Si no conoce palabras del texto, investíguelas para poder entender mejor el texto y resolver el proyecto.

2) En una hoja a cuadros para carpeta, no cuaderno, realice lo siguiente.

     2.1) Escriba las ideas principales del texto  leído.

     2.2) Conteste la siguiente pregunta de manera reflexiva y crítica (argumentos).

a) De acuerdo a las ideas y argumentos del texto leído conteste ¿Por qué seguimos creyendo en esto? Argumente su respuesta.

"El cole desarrolla la inteligencia de forma integral"

NOTA: Para contestar esto, necesita apoyarse con lo que entendió del texto leído y las ideas que se encuentran en el mismo texto para que puede argumentar su respuesta.





El mito de la racionalidad humana

Nuestra facilidad para creer en bulos apunta, en la mismísima base, a que, en realidad, los seres humanos no somos las máquinas racionales que tan a menudo nos gusta creer.

La idea de la racionalidad humana no es precisamente nueva. De hecho, es tan vieja que la economía neoclásica partía de la concepción de las personas como homo economicus; esto es, tomadores de decisiones racionales, que eligen de manera lógica, basada en la información que tienen y que buscan maximizar su propio beneficio. Varios economistas empezaron a utilizar esta idea como base de diferentes modelos matemáticos y la teoría de la elección racional de Lionel Robbins fue muy importante durante el siglo xx, especialmente en Microeconomía.

No hay más que analizar, sin embargo, las tasas de éxito de las predicciones de los economistas para darse cuenta de que algo falla. En general, los modelos no se cumplen, los vaticinios no aciertan y pasan cosas que ninguno vio venir. Amartya Sen, premio Nobel de Economía en 1998, ya criticó esta idea en Los tontos racionales: Una crítica sobre los fundamentos conductistas de la teoría económica (Sen, 2000), donde describe que los principios de ese homo economicus «son los de un imbécil social, un tonto sin sentimientos que es un ente ficticio sin moral, dignidad, inquietudes ni compromisos». Porque la realidad es que, a menudo, tomamos decisiones que son de todo menos racionales y estamos imbuidos de creencias absurdas que tienen que ver con todo, menos con la razón y con los datos. Es más: ni siquiera somos capaces de explicar en qué demonios andábamos pensando cuando decidimos hacer algo.

Nuestras políticas económicas están a menudo dictadas sobre una serie de modelos que asumen estas sandeces y otras similares como premisa. Ahora el campo está cambiando con la introducción de las llamadas behavioral economics, que consisten en analizar lo que los psicólogos sabemos desde los años 30 del siglo pasado y presentarlo como un nuevo descubrimiento. Por ejemplo, Richard Thaler ganó en 2018 el Premio Nobel de Economía por su trabajo, resumido en el libro Nudge, que podemos resumir como: «Un economista descubre el condicionamiento operante descrito por Skinner hace ya casi un siglo». Poco nos pasa.

Las cosas cambiaron en 2002, cuando un psicólogo llamado Daniel Kahneman ganó, junto con Vernon Smith, el premio Nobel de Economía por integrar sus décadas de investigación sobre el comportamiento humano (junto con el difunto Amos Tversky) en un modelo de toma de decisiones que describe en su monumental (por lo importante y por lo extensa) obra Pensar rápido, pensar despacio (Kahneman, 2015), en la que propone un modelo de pensamiento y toma de decisiones dividido en dos sistemas. El Sistema 1 es el que más frecuentemente utilizamos y se guía por un conjunto de heurísticos (reglas y atajos para alcanzar conclusiones rápidas) tan rápido que, a menudo, no nos damos cuenta del proceso que hemos seguido para llegar a una decisión. El Sistema 2, por el contrario, usa un modelo de decisión más lento y ponderado, en el que miramos diferentes factores, reflexionamos sobre ellos y acabamos llegando a una conclusión. El Sistema 2 es mucho más lento que el 1, que es la razón por la que el 1 es el más usado en el día a día. Lo que ocurre es que el 1, como se basa en esa rapidez y en ese confiar solo en la evidencia que tenemos inmediatamente frente a nosotros, nos expone a cometer muchos errores.

Aunque hay fenómenos descritos por Kahneman en su obra que, recientemente, se han visto puestos en duda porque no se han conseguido replicar (como el priming social),  la idea central de Kahneman y Tversky se mantiene sólidamente apoyada en la evidencia: los seres humanos no somos racionales; no tomamos decisiones con una medida y cuidadosa evaluación de la información disponible, considerando todos los aspectos posibles de una manera equitativa, sino que vamos muchas veces por golpes de lo que llamamos intuición, a carajo sacado, guiándonos por información incompleta que con frecuencia está fuertemente filtrada por nuestros propios prejuicios y creencias previas. Prejuicios y creencias previas que, además, intentamos mantener casi a toda costa.

Nuestra identidad y nuestras emociones pesan muchísimo en cómo entendemos y percibimos la realidad. En el libro de Duffy que hemos citado antes, encontramos que, por ejemplo, si en Estados Unidos preguntamos a la gente sobre la cantidad de muertes por armas de fuego, la respuesta es muy distinta según si el que contesta es demócrata o republicano. El 80% de los demócratas acertaban al pensar que las muertes por arma de fuego son más frecuentes que las debidas a arma blanca u otras formas de violencia, pero solo el 27% de los republicanos fueron capaces de decir lo mismo porque, para los republicanos, el derecho a tener y portar armas de fuego es una parte importante de su ideología, por lo que, evidentemente, no puede ser que las armas de fuego maten a tantísima gente: eso solo es una preocupación de demócratas y liberales (en el sentido que se le da allí a la palabra, equivalente al que se hace aquí con «progre»), que quieren quitarles sus derechos y libertades y bla, bla, bla.

Y luego, además, está el hecho de que, una vez formada una opinión, no la movemos ni a tiros: da igual la evidencia que nos pongan delante. Si nos creemos un bulo, nos lo creemos pase lo que pase y, cuanto más afecta a nuestra emoción, a nuestra identidad y a la imagen que tenemos de nosotros mismos, más nos lo creemos. Un ejemplo reciente, sangrante y potencialmente desastroso es el Brexit, algo que Duffy ha seguido muy de cerca.

Entre los datos falsos que los pro-Brexit repitieron hasta la saciedad, el más relevante fue que el Reino Unido pagaba cada semana 350 millones de libras esterlinas a la Unión Europea (no se sabe muy bien para qué) y que, una vez el Reino Unido saliera de la UE, ese dinero serviría para mejorar el NHS (el sistema de sanidad público británico). Este dato es falso y, ojo, que lo han reconocido incluso los propios políticos que lo repitieron, como el actual Primer Ministro (en el momento de escribir estas líneas), Boris Johnson, además de Nigel Farage o Michael Gove. Se ha descrito por activa y por pasiva por qué no es verdad, la Unión Europea lo ha desmentido, los conservadores lo han reconocido… y, aun así, dos tercios de los británicos que apoyan el Brexit todavía creen que el Reino Unido paga 350 millones de libras semanalmente a la UE, comparados con «solo» uno de cada cinco británicos que prefieren seguir en la UE. Incluso las personas que se oponen al Brexit pueden tener dificultades para dejar de creer en un bulo que aceptaban como cierto. 

La visión de conjunto que falta y el fenómeno de la divulgación 

A menudo tendemos a hacer un análisis parcial de por qué pasan estas cosas. Unas veces nos echamos la culpa a nosotros y solo a nosotros: es «nuestro cerebro, que nos engaña» (lo cual en sí constituye una falacia llamada «falacia mereológica») o, simplemente, sacamos una lista de sesgos y heurísticos presentada así, en solitario, como algo independiente del contexto.

Por otro lado, a veces somos propensos a culpar de todo al entorno, como cuando Trump habla de los medios de comunicación como fake news, o pensamos que el problema es solo de la prensa y de las redes sociales, que nos sirven información sesgada: como si nuestra forma de procesar esa información no tuviera nada que ver y no contase, empezando por el hecho de que, a menudo, nosotros ya de por sí buscamos aquellos medios y aquellas informaciones que confirman nuestra visión del mundo.

Esto refleja la tendencia, tan humana, de buscar una explicación simplona y de una sola causa a cualquier fenómeno que sea complejo: «es la sociedad», «es la prensa», «son las redes»… Queremos creer que las cosas pasan por una sola razón para poder tener una solución sencilla y alguien claro a quien echar la culpa. Pero, para bien o para mal, esto no es así. El mundo es complejo, la conducta humana es compleja y, para entender por qué creemos en mierdas, sandeces y tonterías, tenemos que ver que este es un fenómeno cuyas causas están dentro y fuera de nosotros.

Sí, los seres humanos somos irracionales y tendemos a procesar y recordar la información de manera muy sesgada. Pero, por otro lado, hay muchos agentes ahí fuera (políticos, medios, empresas) que tienen su propia agenda y que juegan con esas tendencias para que nos fijemos en unas cosas y no en otras. Y esto es un circuito de realimentación, de modo que tenemos, por ejemplo, políticos que consiguen las reacciones que desean enfatizando historias que se ajustan a nuestros estereotipos de una manera vívida, porque saben que esas historias nos influyen mucho más que las estadísticas. Y, dado que esa conducta es reforzada por una mayor atención y por mejores resultados en las urnas (el ascenso de la extrema derecha en muchos países es buena muestra de la eficacia de estas medidas de persuasión), ¿cómo iban a dejar de construir su relato? Ya no es solo por estrategia política: es que ellos tienen los mismos sesgos que nosotros (son humanos, sí) y hacen lo que les funciona, como nosotros. Simple.

Si lo miramos así, podemos entender mucho mejor por qué el fenómeno de creer en mierdas es tan universal. Por qué estas mierdas en las que creemos son tan inabordables, tan persistentes, por qué la gente sigue creyendo en bulos políticos o en la magia y en lo sobrenatural y por qué estas cosas, además, se dan independientemente de las culturas, los países, el nivel tecnológico, el desarrollo económico o de cualquier indicativo que queramos comparar. Creer en mierdas es algo humano y universal: es nuestra tendencia por defecto. No es un fenómeno nuevo; no es «la posverdad» ni nada que haya aparecido ahora con las redes sociales y los smartphones. Ha estado ahí siempre. 

Las investigaciones de Bobby Duffy (Duffy, 2018) muestran que las creencias erróneas de muchas personas se han mantenido constantes en el tiempo. Esto es: tener redes sociales, acceso a Internet y demás no hace que estemos más engañados que antes respecto de la realidad… ni que estemos mejor informados. Por ejemplo, a pesar de la evidencia aportada por más de quince años de estudios, estadounidenses, británicos y otros siguen considerando que la inmigración es el doble de lo que realmente es.

Sin embargo, aunque este fenómeno es tan viejo como nosotros mismos, no caigamos en el error de pensar que los avances tecnológicos y el hecho de que estemos tan hiperconectados los unos a los otros no tienen consecuencias.

Sí: siempre ha habido medios de comunicación tradicionales de ética más que dudosa y sus lectores no tienen por qué saber si las noticias que publican están suficientemente bien contrastadas o no, pero, en la actualidad, los bulos se propagan mucho más rápido. Así que, si tanto los medios tradicionales (o varios de ellos) como las redes sociales y los sistemas de mensajería instantánea desempeñan un papel importante en la difusión y el mantenimiento de los bulos, ¿Cómo es que no estamos cada vez más desquiciados a base de creer en mierdas?

Podríamos estarlo, porque el panorama no es muy alentador en los últimos tiempos. Hay que destacar varios problemas con los que nos enfrentamos en la actualidad: la primera es que esto acaba de empezar. Con inteligencias artificiales que pueden probar cien mil variaciones sobre un mismo mensaje cada día para ver cuáles obtienen mayor difusión, no sabemos si en el futuro los nuevos modos de difusión de información no serán aún más persuasivos, con la capacidad de mal uso que eso conlleva.

La segunda es que algunos bulos tienen consecuencias para la salud pública bastante severas. Un ejemplo muy preocupante (en todo Occidente) es la reaparición de enfermedades infecciosas (y potencialmente mortales en algunos casos) que ya estaban erradicadas, debido a la aparición del movimiento antivacunas. La creencia en curanderos empuja a muchas personas a dejar tratamientos médicos con evidencia científica en favor de sus delirios y cosas así. ¿Por qué? Pues porque tendemos a dar más credibilidad a aquello que es compartido por muchos, como veremos más adelante.

Y la tercera es que ya hay evidencias significativas de que la vida política se está volviendo más polarizada, lo que sugiere que nos estamos fragmentando en «tribus» con puntos de vista más difíciles de reconciliar. La separación en valores entre demócratas y republicanos se ha ampliado drásticamente desde 1994 a 2017, según una investigación del Pew Research Center. La distancia ha pasado de 17 puntos porcentuales a 36, que es algo más del doble. Donde antes había un importante solapamiento y, por ello, una posibilidad de encontrar acuerdos, ahora tenemos dos tribus casi completamente antagónicas. 

Por estos peligros es tan crucial entender por qué creemos en mierdas. Entender el porqué y el cómo se produce este fenómeno, por qué nos cuesta tanto ser racionales. 

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